Desde mi experiencia de 30 años siendo empresaria y 16 años como facilitadora y coach organizacional, me he dado cuenta que las formaciones académicas y empresariales se quedan cortos solo llegando a la parte racional, que aunque son útiles y vitales las herramientas y los conocimientos para que hacer de la empresa, no basta para dar solución a las crisis que están viviendo muchas personas al vivir y laborar sin sentido, ni compromiso; donde abunda la falsa armonía, la resignación y el resentimiento. 

También nos quedamos cortos al formar en competencias “blandas” a nuestros líderes (asociadas al comportamiento de la persona, su desempeño social, liderazgo y manejo emocional).  Primero porque hay una capa de competencias más abajo, que se instalan como cimientos desde la cual se construye hacia arriba las competencias observables.  Son las innombrables en los ambientes organizacionales (con o sin lucro, publicas o privadas, productivas o de servicios, laicas o religiosas).  Son las competencias del SER: La bondad, la sencillez, el amor, el perdón, la gratitud, la autenticidad, la compasión, la creación, entre otras.

No puedes ser creativo si no te has conectado con tu esencia creadora, no te será tan auténtico ser líder inspirador, sino  tienes la bondad a la mano.  Segundo, porque hay personas y equipos que están tan golpeados y con tanto dolor que se necesita tocar la puerta del alma donde habita el perdón, la gratitud, la bondad y el amor, a ver si se logra pasar la página y volver a construir la confianza y  el entusiasmo perdido.

Hoy me impulsa una convicción profunda: cuando el alma humana es libre, alcanzamos nuestra mejor versión. Concibo el alma como nuestra esencia espiritual, el motor de vida, la chispa creadora. Y entiendo lo espiritual como la expresión más elevada de nuestro ser, lejos de cualquier dogma o religiosidad.